La historia es un proceso de sentido único, o sea, vectorial (de lo simple a lo complejo, etc.); pero este movimiento no es uniforme ni homogéneo, sino que se concreta en el espacio y en el tiempo en culturas y civilizaciones, que constituyeron a modo de ramificaciones del gran tronco de la Historia al que hoy, cuando la Historia se hace Universal, planetaria o global, vuelven a la manera de afluentes.
Unas y otras constituyen la respuesta (los medios materiales y formales desarrollados por la comunidad humana para mantener y mejorar sus condiciones de vida) que determinados grupos humanos han dado al problema de la vida en sociedad, válida en tanto que posibilitó la duración de esas comunidades hasta su disolución o integración en otras posteriores.
Así, emplearemos el término
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CULTURA para los pueblos que aún no han alcanzado la revolución urbana, y el de
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CIVILIZACIÓN para designar los logros, tanto materiales como espirituales, de aquellos pueblos que ya la han rebasado
Esta diferencia suele implicar otra: Los pueblos que han permanecido o permanecen en el estadio de la cultura interpretan la realidad mediante mitos (pensamiento mítico) y tienen una concepción cíclica del tiempo; en cambio, los pueblos que acceden a la civilización, sin renunciar a los mitos, desarrollan la ciencia (pensamiento científico) como instrumento para explicar lo real y una idea vectorial del tiempo, lo que aplicado a su propia realidad da como resultado la aparición de la conciencia histórica, de la historiografía y de la Historia.
Por tanto, si el objeto de la historiografía es la Historia, debemos añadir que el estudio de la historia se concreta en el estudio de las civilizaciones.
Hay además otra diferencia fundamental. Con la revolución urbana y la aparición ya de importantes excedentes de producción, consiguiente a la revolución tecnológica desarrollada entre los milenios –V y –III (invención de la rueda, arado, riego artificial, navegación a vela, metalurgia, ladrillo, calendario solar, escritura...), determinados grupos humanos encuentran más rentable apropiarse de lo que producen otros en vez de producirlo ellos con su propio esfuerzo. Para asegurarse el control de la producción y el dominio de las personas, idearán toda una serie de instituciones, el Estado, que les permitirán gozar permanentemente de este poder. Aparece por tanto la ciudad como centro de intercambio o mercado, y sede del Estado. La costumbre del poder generará tal alienación, enajenación o locura, que llevará a los poderosos a toda clase de violencias para conquistarlo y conservarlo.
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