Toda acción personal está cargada de sentido, lo que supone un conocimiento y concepción de la Historia (ya sea activa o pasiva, lo más normal); de ahí la necesidad de entender lo que somos y hacemos en el presente. Dicho de otro modo, nuestra mente se ha formado con los materiales que la historia ha arrastrado hasta nosotros y todas nuestras acciones tienden a mantener o subvertir, lo sepamos o no, nos guste o no, un determinado orden social.
Pero todo presente es a la vez el pasado (y en el pasado sólo buscamos el presente); es decir, el pasado que el historiador interpreta no es un pasado fijo, sino que se mueve según el tiempo desde el que el historiador observa y la perspectiva social que el historiador adopta, de modo semejante a como se mueve un paisaje según el montañero asciende a la cumbre. O lo que es lo mismo, la historia que al historiador interesa es la que le permite entender su presente y no otra; porque para nosotros nada hay tan importante como nuestra propia vida y todo lo que hacemos cobra sentido en función de su conservación y mejora. Por tanto, aún cuando no seamos conscientes de ello, estudiamos e interpretamos el pasado desde la preocupación por el presente y al mismo tiempo el presente ilumina nuestra percepción del pasado.
A todo lo cual podemos añadir una nueva matización; porque el presente no es unívoco, sino que aparece atravesado de múltiples tensiones que son resultado del choque de intereses también múltiples. ¿Qué perspectiva debe elegir el historiador? Sin duda aquella que le permita desvelar la estructura de poder subyacente en la sociedad de su tiempo. Decía Tuñón de Lara que el historiador debe responder siempre a una triple pregunta: ¿Quién tiene el poder? ¿Quién y cómo lo ejerce? ¿En nombre de quién? La perspectiva que permita responder a esa triple pregunta será la del historiador. La elección no es fácil y en ocasiones puede ser arriesgada, porque al poder nunca le ha gustado que se descubran sus interioridades.
Lo cual nos descubre una dimensión inesperada en el historiador, su dimensión política, es decir, colectiva, y ética, es decir, personal. Porque somos humanos en tanto que ciudadanos, en tanto que seres históricos, y como seres humanos somos herederos de la historia y sólo en la historia podremos dar sentido a nuestra vida asumiendo conscientemente (o sea, libremente, al margen de los imperativos del poder) el proceso de personalización que pasa a través de nosotros; es decir, conquistando el derecho a la libertad, el derecho a ser personas.
Dicho de otro modo, estudiamos historia porque vivimos en la historia y necesitamos conocer su funcionamiento para cambiarla y hacerla mejor, para adaptarla a nuestras necesidades en definitiva. Podemos vivir sin saber física, química o matemáticas; porque el universo no necesita de nuestra intervención para funcionar. Pero, si en la historia no intervenimos ni tomamos decisiones, otros lo harán por nosotros y nos obligarán, incluso contra nuestra opinión y voluntad. Por eso, si queremos construir la historia en vez de padecerla, si queremos cambiar y humanizar el mundo, si queremos crecer como personas, necesitamos intervenir conscientemente sobre la historia. ¿Acaso no te gustaría diseñar tu propia ropa y decorar tu cuarto o tu propia casa en vez de aceptar los que te dan ya hechos sin haberte consultado? Necesitamos estudiar historia para ser más, pero también para aprender a gozar del patrimonio que la historia, la humanidad que nos ha precedido, nos ha legado, del mismo modo que aprendemos a saborear las comidas que rechazamos en la infancia y adolescencia.
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